Mi amor libertad, entiendo bien lo que me cuentas, créeme; a veces vivir ciertas cosas equivale a sobrevivir a un impacto brutal, entonces nuestro cuerpo, mente, corazón y alma quedan muy tocados, a veces demasiado, afortunadamente nuestra naturaleza nos lleva siempre a sanar, a vivir. Yo no puedo hablar mucho de lo que has vivido, acaso puedo compartir mi experiencia de recuperación, pero no suelo ir mucho ahí, sólo cuando hay que hacerlo, cuando siento que tengo que sobrellevar algo, y no temer a la fragilidad. Es verdad que el tiempo ayuda, pero lo cierto es que después de vivir tanto dolor yo lo que menos pensaba era en que iba a tener todo el tiempo del mundo, así que aceleré lo más posible el proceso de recuperación, y mira que yo suelo tardarme de manera general, pero en esa ocasión puse todo mi enfoque en comenzar a recuperarme de todos mis frentes; primero del cuerpo, seguí día a día las indicaciones alimenticias, con rigor, sin quejas porque no había tiempo, y porque sabía que era para sanar, con el mismo esfuerzo, ganas e ilusión, ejercité mi mente dentro de lo posible, todos los días, puntualmente, sin fallar una sola vez, aparatos, movimientos, concentración, mucha, toda la que poseía en mí; a la par comencé con terapia psicológica, hablando todo, incluso lo que no sabía con certeza, no sabía lo que vendría después, pero me estaba preparando, sabía que en ese proceso iba a ser sólo yo, conmigo. Con el tiempo los dolores se agudizaban, estaba muy adolorida de todo, de adentro hacia afuera, y a mi no me gusta el dolor, pero siempre tuve en mente que era por el proceso de recuperación, sabía que los huesos estaban soldando, que las heridas estaban cicatrizando y que eso implica que el cuerpo lo sienta y resienta, así que estuvo bien, nunca dudé de que era para lograr el objetivo, y aunque en instantes hasta el aire que rosaba mi cuerpo me hacía llorar nunca dudé. Seré muy sincera, esta parte de esa experiencia no la cuento mucho, porque me parece que es algo que a cada quien le toca vivir de manera única, particular. Respecto a mi estado de ánimo sólo tenía algo claro: no me enojaría conmigo por estar hecha pedazos, no me lo iba a reprochar; no dejaría que la vergüenza de no poder levantarme de esa cama hasta para lo más básico y esencial, me venciera. Me enfoqué, me concentré lo más posible, lloré mucho, pero mucho, y acudí a todas las emociones antes de dejarme caer en la única emoción que me costaba controlar, el mentado enojo, aún me cuesta, pero en ese instante no debía dejar que siquiera se acercara porque entonces me iba a consumir. Pasó más tiempo, y el descansar también era parte del proceso, tener largos periodos de ausencia, de silencio, de letargo en el alma, periodos que fueron muy necesarios, porque siempre tenía que retomar fuerza.
Entiendo que nuestras vivencias son muy distintas, que quizá lo único similar es este instante en el que estás ahora, este tiempo en el que te miras en el espejo interior y te das cuenta de todos los daños, de todos los raspones, de todo lo que se rompió y de aquello que también ha desaparecido, y te quedas en el espejo así, frente a todo lo que eres, con nuevas heridas, que serán futuras cicatrices, con el alma adolorida, la mente y el corazón. Te miras, y comienzas a reconocerte, a palpar todo lo que hay que cuidar, recuperar y sanar, y poco a poco vas sintiendo lo que pasó y cómo pasó, afuera ya acabó; ahora quedas tu, en tus manos, en ti misma. Aquellas personas que estamos para ti no podemos hacer más que estar, acompañarte, respetar tu proceso, escucharte cuando quieras decir algo, y escuchar también tus silencios; hablo por mi si te digo que si llueve te doy un paraguas, si no puedes dormir platico con tu insomnio, si sólo duermes cobijo tu sueño, si quieres gritar yo abro mis oídos, si la furia llega me pongo una armadura y te presto a mi dragón. Sólo no desesperes, no te asustes, lo peor ya pasó, y acabó. Te extraño.
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